Llegábamos a casa, habíamos bebido demasiado pero el deseo era el mejor de los licores.
Nos desnudamos salvajemente como si fuera la primera vez que
nos sentíamos. La ropa volaba a un universo paralelo separando la línea
que marcaría los anhelos más profundos.
Nuestros pechos hacían el puzzle
perfecto para una noche sexual desenfrenada. Su olor se hacía cada vez
más notable a través de sus poros al mismo tiempo que su humedad era la
culpable de mis primeros gemidos. Nuestros ojos se encontraron mientras
sus dedos galopaban dentro de mí, brillaban exhaustos de placer, haría
que ella sintiera lo mismo minutos después.
Desperté, me vestí sin hacer ruido, dejé el corazón que me había prestado en su mesilla y desaparecí.
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